jueves, 24 de diciembre de 2009

Maestros rurales, soldados de una guerra perdida. Mediodía del día 3

Miércoles al mediodía

Me presenté en la mesa de entradas como un estudiante de periodismo que quería hacerle al intendente unas pocas preguntas sobre las escuelas rurales. La joven que me atendió, se mostró accesible y enseguida fue ver a su jefe.
—No creo que Buenito tenga problema.
—¿Buenito? ¿Así le dicen al intendente?
—Sí —dijo ella sonriente—. Hace honor a su nombre. Porque se llama Buenaventura Cejas —y me invitó a acomodarme en unos asientos y esperarlo.
No esperé más de diez minutos, y la joven me invitó a pasar.
Era un cuarto amplio, con una biblioteca en madera y una mesa ovalada en el centro, con suficientes sillas como para que debatiera un Consejo Deliberante. Elegí una silla al azar, y me ubiqué de frente a la puerta. Acomodé la mochila a un costado, y me peiné un poco.
Para mi sorpresa entraron dos personas. Ambos me dieron la mano, me estudiaron un rato y me preguntaron qué es lo que andaba necesitando. Uno de ellos, el mayor, llevaba una chomba azul, con impresiones en blanco. Ese era Buenito. El otro, de chomba Ralph Laurent y pantalón de vestir, era unos años más joven. Lucía un prolijo bigote, el pelo peinado hacia atrás. Llevaba un perfume fresco, que se me hacía conocido. En su muñeca izquierda, un moderno reloj plateado marcaba las 12:30 del mediodía. Se presentó como el secretario de Gobierno.
Antes que nada, me explicaron que si bien se decía que Los Juríes tenía 5.000 habitantes, la realidad era que la zona de influencia iba más allá, por lo que la población real según sus estimaciones alcanzaba los 12.000 habitantes.
Le pregunté sobre el lugar, sobre sus orígenes. Me contaron que tradicionalmente había sido un pueblo algodonero, donde la manufactura era de gente del lugar. Todos se beneficiaban con la producción y la cosecha. Pero con el tiempo llegaron las malas: sequías, inundaciones, problemas económicos. Lo que antes funcionaba, ya no resultaba. Los campos se fueron vendiendo; cordobeses, santafesinos, porteños y extranjeros aprovecharon la desesperación de los lugareños y compraron las tierras a precio vil. Y de un día para el otro, los campos ya no eran de algodón, eran de soja. Y los trabajadores ya no eran de Los Juríes, eran máquinas y mano de obra que traían de otras partes los nuevos dueños.
Alguien tocó la puerta, Buenito se retiró.
El secretario de Gobierno tomó las riendas de la conversación y dijo:
—Hoy, el problema del personal es el tema más serio de las entidades educativas de la zona. No hay muchos docentes de aquí, y falta gente que quiera hacer el gasto de viajar todos los días.
Luego confirmó información que había recibido antes: que todas las escuelas rurales de Santiago del Estero cuentan con un comedor, que la comida la manda el Gobierno Nacional y el Provincial, y que consta de alimentos fortificados que van desde galletitas y mate cocido hasta arroz con leche o flan.
Al rato, volvió Buenito. Se puso en tema y retomó la voz cantante.
—El municipio dispone de 10.000 pesos mensuales que nos transfiere la Provincia por medio del Programa de Inserción Laboral. Pero de ninguna manera este dinero alcanza para satisfacer las necesidades de las escuelas. No tenemos fondos para las escuelas y entonces presentamos proyectos; nos mandan, por mes, mientras dura el ciclo lectivo, alrededor de 200 o 250 pesos por cada una de las 40 personas que hacen la limpieza o cocinan.
Hice los cálculos pero no me cerraron. “De haber 40 personas trabajando de ordenanzas, no existiría el problema de la falta de personal. Ahora, si faltaba personal debía sobrar esa plata”, pensé.

De la municipalidad me fui para la estación de servicio. Disponía de unos cuantos minutos antes de que partiera la camioneta de los maestros hacia Añatuya.
Me compré un agua, y cuando iba a elegir una mesa para acomodarme, un muchacho me hizo señas: era uno de los maestros que había visto a la mañana, pero con quien no había cruzado palabra aún. Se llamaba Juan Pablo Villarreal. A diferencia de sus compañeros, él daba clases en una escuela en el pueblo, aunque también se sumó a las críticas:
— Es muy baja la calidad de enseñanza. En el campo al docente se le multiplican las tareas y no puede cumplir los objetivos. Es muy triste lo que está pasando en Santiago, y lo peor es que no se ven buenas perspectivas a futuro, sino que todo lo contrario.

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