Este relato y las entradas que lo prosiguen son fruto de una entrevista que le hice unos meses atrás a un grupo de enfermeros en el Hospital Rivadavia.
En las recorridas que hice por el hospital, me encontré con filtraciones, paredes descascaradas, baños clausurados, estufas desconectadas, camas y sillas rotas. Según Ángel Muñoz, jefe de enfermeros de la sala 10, este edificio en ruinas es el escenario que se repite desde el primer día en que ingresó al hospital unos 20 años atrás.
Cuando le pregunté por qué eligió ser enfermero, me respondió con esta anécdota.
En la fila para entrar al comedor, el aspirante Ángel Muñoz observó a su alrededor y tomó conciencia de que nada de lo que lo rodeaba le disgustaba: los marineros formados, los uniformes, el edificio de techos altos y paredes blancas, y hasta incluso las tareas que le habían sido asignadas en la sala de máquinas y motores.
Pero Ángel comenzó a dudar de esa comodidad: temía que con el paso de los días su sueño se fuera desvaneciendo.
Es que en un principio la Marina había sido una excusa. Con sólo 15 años dejó a su familia en San Rafael, Mendoza y viajó hasta Buenos Aires para estudiar y ser enfermero.
Fue entonces que pensó en el Capitán de la institución. Si bien aquel hombre ni siquiera los saludaba cuando pasaba frente a ellos, Ángel confiaba en que al ser el capitán un hombre poderoso, podría ayudarlo.
Pero Ángel comenzó a dudar de esa comodidad: temía que con el paso de los días su sueño se fuera desvaneciendo.
Es que en un principio la Marina había sido una excusa. Con sólo 15 años dejó a su familia en San Rafael, Mendoza y viajó hasta Buenos Aires para estudiar y ser enfermero.
Fue entonces que pensó en el Capitán de la institución. Si bien aquel hombre ni siquiera los saludaba cuando pasaba frente a ellos, Ángel confiaba en que al ser el capitán un hombre poderoso, podría ayudarlo.
Cuando pidió permiso a los superiores para poder hacerlo, lo miraron con extrañeza: nadie hablaba con el capitán. Menos un aspirante. Pero más allá de los nervios, Ángel confió en su derecho para hacerlo. Tenía la certeza de que ese hombre lo ayudaría.
-Quiero terminar el secundario para poder estudiar enfermería, Capitán -le dijo Ángel.
-Quiero terminar el secundario para poder estudiar enfermería, Capitán -le dijo Ángel.
-No puedo hacer nada por usted -dijo el capitán-. Si quiere estudiar debe irse.
Y la respuesta del joven no se hizo esperar:
-Entonces, me voy -dijo.
Si bien aquel día Ángel se había equivocado en su pronóstico, aprendió algo que constataría con el correr de su vida: tal vez no sean los poderosos quienes suelan tener las respuestas.
Si bien aquel día Ángel se había equivocado en su pronóstico, aprendió algo que constataría con el correr de su vida: tal vez no sean los poderosos quienes suelan tener las respuestas.
1 comentario:
Sabias palabras las finales... Dejó la Marina, la fuerza y esa comodidad para estar incómoda pero felizmente haciendo lo que le gusta, en medio de una "tormenta", o por lo que se sabe del Rivadavia en una "trinchera". ¡Espero ansiosamente la segunda parte!
Publicar un comentario